jueves, 15 de diciembre de 2016

La tristeza.

No te matará. Te aprieta fuertemente la garganta, pero no te asfixiará. Te marea intensamente como una fuerte embriaguez pero no te intoxicará. Te comprime y machaca el pecho sin piedad, pero no te aplastará. Castiga tu cuerpo con látigos dejando los brazos sin fuerza, pero no perderás la consciencia. Se adueña de tus pensamientos y no saldrá de allí. Al menos, quieres saber cuánto durará. Quizá días, quizá semanas, quizá meses, quizá años, quizá una eternidad. Y ya está aquí su compañero el temor. El temor por quedarte así anclada al dolor para siempre. Todos tenemos nuestro castigo en esta vida. A todos nos llega la hora de pagar por los errores. Y esa es la forma de pagarlos, con dolor, con sangre en el alma, con mucha agua, un desmesurado mar de lágrimas. No intentes cambiarlo sonriendo. Mírate al espejo, deja de fingir y reconoce que estás hundida. Poco probable que haya arreglo. Ya está aquí tu audaz ejecutor. Siempre llega cuando sabes que tu vida está rota, tú estás rota, todo está roto. Por mucho que intentes recuperar los trocitos de ti y de tu vida, no sale nada. Está todo despedazado. No intentes gritar, no espantarás tu castigo. No intentes correr y escapar, está ya muy dentro de ti, como un parásito. No te quites sus ataduras, te atará de nuevo, más y más fuerte. Te pega en la cara su cruda y cruel mano. No apartes el rostro. Recíbelo con orgullo. No huyas de tu cruel destino de ser castigada. Recibe el castigo de tu ejecutora, LA TRISTEZA. Ella ahora es la única que permanece a tu lado continuamente. ¿No crees que aún está siendo buena contigo? Mírale a la cara, no seas cobarde. No pidas compasión, no vale de nada. Y aunque puedes pensar que alguno de sus golpes finalmente será el último, te equivocas. Ella sabe muy bien como apalear causando el mayor daño, pero conservando la vida y tu consciencia. Para que lo sientas todo con tus entrañas. Ella hará que sientas cada golpe, cada puñalada en todo lo profundo de tu alma. Ella no te perdonará, te pegará una y otra vez. Pero no te das cuenta de que estás atada a ella. No esperes nunca su perdón hasta que no te perdones tú misma. Que masoquista eres. Suéltala ya, que se vaya. Pero, no. Parece que estáis hechas la una para la otra. Estáis atando fuertes nudos una a la otra. Parece que hasta os empezasteis a querer. Pero ella sigue pegándote fuerte. Pero no esperes morir. Quizá esto sea lo más parecido al infierno. ¿Vamos, cuánto tiempo mantendrás dentro de ti a tu maltratadora? ¿Decides ella o tú?     

No hay comentarios:

Publicar un comentario